Hablaba el otro día con una amiga de lo importante que han sido los cambios en mi vida, y de cómo no he tenido nunca miedo a ellos. Quizás porque no he pensado en el miedo cuando los he hecho.
Reconozco que me aburre la rutina y hacer todos los días lo mismo. Cuando trabajaba para la empresa me inventaba maneras de trabajar diferente, organizaba mi mesa de manera distinta, me gustaba participar en nuevos proyectos…en fin, todo lo que era una novedad me ilusionaba y me hacía sentir muy motivaba.
Reconozco que mi madre de pequeña me decía que era un “un culo de mal asiento”, expresión que iba muy encaminada a lo que siento hoy.
Mi espíritu de emprendedora me ha hecho ver en el cambio una manera de estrenar cosas diferentes cada día.
Esta es la manera positiva de ver el cambio. Es la manera que me ha hecho ver en ese cambio muchas oportunidades.
Si hubiera mirado el cambio con recelo, miedo, incertidumbre, falta de confianza e inquietud no podría estar hablando de él como motor de búsqueda de oportunidades.
Hay una frase de Albert Einstein que siempre la tengo muy presente y que seguro que has leído más de una vez:
No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo
Por mi experiencia y mi vida puedo decir que es cierta y comprobada.
Hay muchas personas que viven vidas que nos les corresponden, que no las sienten como suyas. Les gustaría vivir otros momentos, tener otros trabajos, soñar con cosas distintas a las que hacen cada día.
Estas personas suelen estar instaladas en la queja y el victimismo. En la idea de que algún día cambiarán las cosas, vendrán momentos mejores, es la crisis del país, en mi empresa no se puede hacer otra cosa etc…
Y como bien decía Einstein si todos los días seguimos haciendo lo mismo, pensando de la misma manera, quejándonos de las mismas cosas, viendo problemas en todos los sitios… esperando que el cambio venga de fuera…seguiremos igual.
El cambio hay que hacerlo de dentro a fuera. Y esto no es una frase hecha, bonita y que queda bien. Es una idea que la he podido comprobar por mi misma.
Soy yo la que impulso el cambio. Soy yo la que quiero cambiar y la que quiero pensar que las cosas pueden ser de otra manera.
Nadie de fuera va a venir a hacerme mi cambio. A facilitarme las cosas. A hacerme la vida más bonita.
Soy yo la que tiene que cambiar aquellas cosas que no me gustan, lo que no me hace feliz, lo que me tiene limitada, lo que no me deja avanzar.
No puedes quedarte sentada esperando que las cosas pasen, porque esto nunca va a suceder.
Somos el motor de nuestro cambio y para ello debemos de saber y listar todas aquellas cosas que no van bien en nuestra vida. Debemos planificar ese cambio y esa transformación que queremos hacer, porque somos responsables de nuestra vida.
Siempre que he abrazado un cambio en mi vida, ¡claro que he tenido miedo después!
Lo desconocido y salir de nuestro confort da miedo. Pero el miedo esta en nuestra mente. Vemos demasiadas amenazas por adelantado, y sabemos por experiencia que luego muchas de estas no se cumplen.
Así que lo mejor para afrontar el miedo ante un cambio es actuar, es trabajar en ese cambio, es decirle al miedo que serás prudente y responsable, pero que, aun así, continuarás con el cambio que quieres hacer.
El cambio te invita a moverte, a buscar, a aprender algo nuevo, a conocer nuevas personas, te genera nuevas ideas, estás en ambientes nuevos…y de lo nuevo sale la oportunidad.
Hay otra frase de mi escritor favorito Paulo Coelho que dice:
Cuando alguien desea algo debe saber que corre riesgos y por eso la vida vale la pena
¡Y claro que merece la pena! Lo que no merece la pena es seguir estando en una situación, dónde no te das las oportunidades que mereces.
Hay que desear; y en el camino hacia ese deseo siempre habrá un riesgo, pero ¿qué es la vida si no arriesgamos un poco?, ¿si no luchamos por aquello que merecemos?, ¿por lo que nos hará más felices cada día?
La felicidad es muy personal. Cada una la encuentra de manera diferente, pero todas, la estamos buscando cada día. Y para buscarla tienes que moverte, cambiar, probar y soñar.
No soy partidaria de hacer cambios radicales, ya que lo radical y extremo no me gusta. Prefiero hacer los cambios poco a poco, teniendo consciencia de cada paso que voy dando. Pero también creando momentos de locura, dónde tiras para delante, aunque no estés muy segura. Y ahí está ese punto de riesgo que todo cambio tiene.
Creo que soy muy afortunada porque se me han dado muchas oportunidades en la vida. Oportunidades que han llegado a mi porque he salido a buscarlas. Oportunidades que nunca hubieran existido si no hubiera creado las circunstancias para ello.
Es cierto que muchas circunstancias que tenemos en la vida son difíciles de cambiar, pero podemos ir haciendo pequeñas modificaciones y transformaciones. Podemos mirar con otros ojos o simplemente aceptarlas.
En el momento que encontremos el más pequeño atisbo de poder cambiar las circunstancias, hay que lanzarse a hacerlo. No hay que perder la oportunidad porque esta depende solo de nosotras.
Tenemos el poder para cambiar las cosas. Simplemente debemos de creer en ese poder. En que somos dueñas de nuestras vidas. Cuando somos conscientes del poder de cambio que podemos realizar, no dejaremos que nadie nos pare ni nos limite.
Ese alguien muchas veces somos nosotras mismas. Somos las que no dejamos hacer el cambio, avanzar, porque somos nosotras quienes nos podemos esos límites.
Quiero contarte un cuento que me llegó al alma hace mucho tiempo, y es el cuento del elefante encadenado.
Un cuento que escuche a el magnifico Jorge Bucay y que quiero compartir para reflexionar:
“Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente. ¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante.
Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?». No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza…
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos.
Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré. Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos: No puedo y nunca podré “.
Cada vez que leo este cuento me emociono porque no deja de ser nuestra realidad. La realidad que hemos creído toda nuestra vida: que no podemos cambiar las cosas que nos pasan, las situaciones que tenemos, las circunstancias que nos rodean…
Quiero inspirarte a que reflexiones al menos, si lo has intentado. Si has intentado hacer pequeños pasos, si has tenido la perseverancia de caer y volver a levantar y volver a caer, si no has agotado la paciencia porque es lo que más deseas en esta vida, si has puesto la voluntad para que las cosas no sigan igual.
Te deseo que este 2020 sea tan distinto como deseas.
Un fuerte abrazo
Ana – Mujer Expat
Estoy totalmente de acuerdo con el artículo, pero yo tengo un problema, quiero un cambio pero ni siquiera se que es lo que me gusta ni para que podría ser buena, ni cómo podría reinventarme si no tengo experiencia más que en contabilidad que es lo que he hecho toda mi vida y he comprobado que no me motivaba ni me hacía feliz
En Toulouse trabajo de lo que me salga, camarera, etc…pero claro eso es temporal porque tengo que sobrevivir, pero estoy perdida porque quiero hacer algo diferente y no se el qué.
Hola Eva,
Se que es muy difícil hacer un cambio si no sabes hacía dónde ir y con que objetivo.
Para poder saber lo que te gusta, te invito a que te tomes un tiempo para ti en solitario, sin agobiarte si no vienen ideas a tu cabeza.
En ese tiempo, quiero que recuerdes todo lo que puedas de cuando eras niña. De las cosas que te gustaban hacer cuando eras niña, de las cosas que te movían.
Imagino que tienes mi Ebook de autoconocimiento. En el tienes seis ejercicios muy potentes que te pueden ayudar, pero que necesitas tomar un tiempo para hacerlos tranquilamente.
Tienes que realizar trabajos, que aunque no te gustan, te pagan las facturas y te ayudan a vivir, pero además de eso, tienes que dedicarte a ti, para pensar y probar cosas que te apetecerían hacer. Pero para ello, debes pensar en positivo y no agobiarte, ya que sino, van a aflorar los miedos a probar nuevas cosas o intereses.
Te aconsejo si no lo has leído, que leas mi articulo Descubrir a qué dedicarte: Explora tus intereses y aficiones. En el puedes encontrar muchas pistas y ejercicios para poder trabajar en tu Plan B, que te haga encontrar aquello en lo que reinventarte. La vida consiste en reinventarnos tantas veces como podamos, pero siempre con una guía y un objetivo claro.